Escasas áreas han sido más
estudiadas en las ciencias sociales que el papel del capital humano en el
desarrollo económico. Todos concuerdan en que la educación —entendida en sentido amplio como el proceso continuo
de adquirir habilidades y/o capacidades— determina la productividad de los
trabajadores, sus niveles de ingreso y, eventualmente, el bienestar general de la
sociedad.
A su vez, una población mejor formada potencia la capacidad
innovadora de una economía, acelera el avance de nuevas tecnologías y
productos, y facilita la divulgación de conocimientos y la adopción de nuevas
tecnologías desarrolladas por terceros. A través de estos diferentes canales,
mayores niveles individuales de capital humano tienen como resultado niveles
superiores de crecimiento económico y desarrollo.
No es sorprendente que países de
los cinco continentes se hayan esforzado durante décadas para invertir en
educación y capacitación laboral.
Por ejemplo, entre 1980 y 2008 la
inversión pública en educación se duplicó en términos reales en América Latina
y África Subsahariana, casi se triplicó en Medio Oriente, más que quintuplicó en
los países del Este de Asia y aumentó ocho veces en los países del Sur de Asia
(Glewwe et al., 2011).1
Sin embargo, no todos los
esfuerzos han producido verdaderos progresos. La evidencia indica que los
países exitosos en este ámbito han sabido cómo transformar la inversión en
educación y capacitación en una fuerza laboral con niveles adecuados de
habilidades relevantes para el desarrollo productivo.
Estos países también han
entendido que el proceso de educación no acaba con un diploma de estudios
secundarios, ni siquiera con un título universitario. Sencillamente nunca
acaba. Así, hay casos exitosos que surgen de los modelos de capacitación
continua que integran los sistemas educativos en
el mercado laboral y fomentan el aprendizaje a lo largo de toda la vida,
asegurando de esta manera un estímulo para la producción.
En estos sistemas los
trabajadores se desplazan permanentemente entre el mercado laboral y el sistema
educativo o de capacitación a lo largo de su ciclo de vida laboral.
América Latina y el Caribe no pertenecen
a este grupo selecto. Los países de la región han ampliado significativamente
la cobertura en educación primaria y
secundaria, pero no han progresado hacia un modelo de capacitación continua ni
han prestado suficiente atención a la integración de la escuela y la
capacitación en los sistemas laborales.
Las iniciativas se han concentrado
desproporcionadamente en ampliar los sistemas educativos y crear nichos
aislados de capacitación laboral con una cobertura limitada, dejando escaso
espacio para revisar y mejorar sus mecanismos de garantía de calidad y la
relevancia de las habilidades enseñadas, para satisfacer más adecuadamente las
demandas del sector productivo.
Los países de América Latina parecen haber
asumido sencillamente que una población con más años de estudios es sinónimo de
una población mejor formada.
La educación y la capacitación para el trabajo en América Latina y el
Caribe han avanzado por caminos separados. En diversos países de la región
existe una modalidad institucional que apoya la capacitación laboral, pero que
suele estar centrada en los sistemas de educación técnica y de capacitación.
Estos dos sistemas son muy
heterogéneos entre los países latinoamericanos en cuanto a las instituciones y
a su alcance, pero suelen ser anticuados, y estar desacreditados y
desconectados de las necesidades del sector productivo. A su vez, la educación
general es vista como el camino para dotar a los jóvenes de habilidades
académicas para que ingresen en la universidad y luego en el mercado laboral.
Diversos indicadores sugieren que la región ni siquiera ha progresado en esta
dimensión.
Según los resultados de pruebas
internacionales, América Latina presenta un retraso importante en conocimientos
académicos.
Los resultados de esta situación
son motivo de preocupación. La fuerza laboral en América Latina es deficiente
en conocimientos básicos y carece de otras competencias o habilidades que el
sector productivo necesita para funcionar competitivamente, y para innovar y
crecer.
La falta de conexión con las necesidades del mercado laboral se refleja
en importantes brechas de habilidades, lo que en algunos sectores y países ha
sido abordado esporádicamente con estrategias
específicas y acotadas a las necesidades de cada caso.
Debemos tener claro que sólo un
sistema de aprendizaje de calidad a lo largo de toda la vida y conectado con
las necesidades del mercado laboral puede eventualmente preparar a una
población que impulse y respalde el desarrollo productivo de un país.
La evidencia sugiere que no es
esto lo que ha ocurrido en América Latina, una región muy diversa donde ni los
esfuerzos comunes en materia de cobertura ni los objetivos sectoriales aislados
han mejorado significativamente la productividad de la población.
Sin profundas reformas que
comiencen en la base del sistema educativo, será difícil lograr mejoras
generales y sostenibles en capital humano para el desarrollo productivo de la
región.
Sin embargo, este tipo de reforma
trasciende los marcos temporales de los ciclos políticos; por este motivo, esos
esfuerzos a menudo se enfrentan a problemas de economía política que dificultan
su implantación.
Por consiguiente, los debates de
las políticas para mejorar el capital humano y cerrar la brecha de las
habilidades deben considerar acciones complementarias para acelerar el cambio,
aunque sea en ámbitos específicos. Pero no solamente debates sino acciones
contundentes que creen el ambiente necesario para mejorar en ese sentido.
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